Centro Social Franciscano, la bendición de compartir
Escrito por Laura Guachalla   
martes, 03 de julio de 2007
Un plato de una muy nutritiva sopa, un vaso de refresco y un pan significan una verdadera fiesta para Raquel Colque quien, junto con sus tres pequeña hijas, la recibe comco regalo de Dios cada sábado en el comedor "Santa Clara", parte del recientemente reubicado Centro Social de la comunidad franciscana en Cochabamba.

El nuevo "Centro Social Franciscano" en calle Colombia entre 25 de mayo y San Martín, Cochabamba.
Allí alivian el hambre, además de recibir formación humana y cristiana, alrededor de 200 adultos y niños que viven en la miseria en los barrios marginales de la ciudad (en muchos casos sin servicios de agua, luz) o que son huérfanos o vienen de familias desestructuradas y que, en algunos casos, también son alcohólicos.

Para muchos de ellos, tener un techo es un lujo que no pueden pagar por lo que pasan la vida y las noches en las calles.

Ricardo Pinto, 86 años, mirada nublada, delgadez extrema, aguarda para almorzar. Con palabras pronunciadas con dificultad ante la ausencia de dientes, este comensal cuenta que sus seis hijos lo han abandonado y que desde hace 15 años vive en la calle. “Solito tengo que mantenerme. Buscar desayuno gratis, almuerzo gratis. No puedo trabajar porque no me quieren recibir. Me dicen que ya estoy cansado y no voy a poder. Duermo donde sea, donde se pueda. Me hace mucha falta que me ayuden”, comenta, aunque no se queja.

“Muchas de estas personas vienen a la ciudad a buscar trabajo. Hay mujeres que están en la 25 de Mayo o en la Calatayud para ir a lavar ropa. Vienen a la ciudad en búsqueda de trabajo. Son mujeres solas, mujeres abandonadas, con muchos hijos. La mayoría de estas personas, lamentablemente, no saben ni leer ni escribir”, explica el hermano Walter, a cargo de este Centro Social desde hace cinco años.

Cuando hasta soñar cuesta

Raquel, con su minúscula estatura y sus dientes que muestran una sonrisa de niñez truncada, sostiene a su bebé de un año en brazos mientras sus otras hijas, de ocho y seis años, juegan sin que al parecer les moleste tener los ojos llenos de lagañas.

Algunos de los ninos que comen en el comedor
“Mi mamá ha fallecido cuando tenía unos nueve meses o algo así, pero nunca la he conocido”, cuenta Raquel que nació en Uncía (Oururo).

Con tan sólo unos 12 años, huyó para escapar de las constantes golpizas y maltratos que le propinaban su padre, madrastra y hermanastros. “No quería que nadie me pegue. Me he venido a buscar la vida solita”, relata. La soledad con la que tuvo que sobrevivir de niña continúa ya que es madre soltera. Cuando se le pregunta sobre sus sueños, no tiene respuestas. Dice que ella “no sabe soñar”.

En medio de todas estas tristezas, los sábados se han convertido en un día de alegría para Raquel que desde hace unos tres años va a comer al que se denominaba comedor “La Olla del pobre” y hoy se ha constituido en el comedor Santa Clara, gracias al donativo de infraestructura de las hermanas clarisas.

Se trata de una edificación que ocupa un ala completa, colindante con el convento de las religiosas clarisas, con varios ambientes que están siendo utilizados y adecuados no sólo atender de mejor manera a los comensales, sino también para implementar un consultorio médico y dental, almacenes, espacios de reunión, entre otros proyectos.

Para la comunidad franciscana tener este espacio es “una gracia grande del Señor, que viene de esta inspiración que han tenido las hermanas clarisas de entregar esta parte de su monasterio para un servicio social a favor de los más necesitados”, dice el hermano Walter.

“Trabajábamos en un ambiente angosto. Muchas personas de las que venían tenían que comer de pie. Además allá en el centro franciscano no había lugar para resguardarse de la lluvia, ni del sol. Este espacio significa que podemos ofrecer a estas personas un servicio más acogedor y digno de la persona humana”, agrega el hermano Walter.

Los voluntarios sierven la comida a los ninos.
“Lo que nos ayudan los padres aquí es una bendición grande, porque muchas de nosotras somos madres solteras y no hay trabajo, no hay que comer”, dice María Marquina, una de las comensales que lamenta el abandono en el que la dejó su hijo.

“Yo tengo un cuarto que a mi hijo le han dado porque trabaja y él me grita ‘¡Agradecé pues porque tienes este cuarto, agradecé pues!’. No sé para qué tener hijos si nos van a pagar mal”, comenta con voz entrecortada doña María.

“No alcanza, por mucho que estamos todo el día trabajando”, dice Orlando Mendoza que paga un alquiler de 70 bolivianos al mes (menos de 10 dólares). Él, al igual que varios de los comensales, tiene entre sus múltiples formas de tratar de ganar dinero el colectar basura reciclable. Huérfano de padre y madre, migró también hace años desde su oriunda ciudad de Trinidad (en el oriente boliviano) y se encontró con falta de oportunidades. “Me gano la vida lustrando zapatos, gritando en los trufis, pero los chicos me hacen la competencia. Como soy una persona enferma, con discapacidad, ya no me dan trabajo en ningún lado”, comenta.

Los hombres, mujeres y niños que asisten al comedor comentan agradecidos que los hermanos tampoco les “dejan faltar” la ropa que recolectan en campañas en las parroquias franciscanas.

Los niños dicen que les gusta “todo” de ir al Centro Social.

"Vengo a comer y aprender. He aprendido de la Bibilia y me gusta. Vengo con mis hermanitos. Son cinco hermanos”, dice con timidez Ana Torrez de 10 años.

Las voluntarias preparan la comida para la gente.
“Me gusta mucho venir aquí”, relata Ismael Choque, también de 10 años, que sueña con tener una casa propia. “Vivimos con mi mami en alquiler y a veces no hay para pagar. Somos cinco hermanitos. No importa donde sea”, aclara Ismael.

Ayudar, una bendición

La preparación de la comida empieza el viernes, cuando personas voluntarias de la Orden Franciscana Seglar (OFS) se reúnen para comprar víveres, con los recursos que se han conseguido de donativos.

“El comedor se financia sobretodo con ciertas ayudas que recibimos del exterior y también con algunas ayudas de gente aquí en Cochabamba que nos ayuda con algo de ropa y sobretodo, víveres”, explica el hermano Walter. A pesar de estos esfuerzos, los recursos no son suficientes, más aún cuando se plantean los desafíos de aumentar los días de atención del comedor o el realizar un albergue.

Alfredo Gonzales trabaja desde hace seis años de forma voluntaria en estas tareas. “Cada sábado vengo a colaborar a hacer limpieza. Lo hago por colaborar a los hermanos”, dice.

“Lo hacemos por amor a Dios, por el mismo cariño que tenemos a la gente pobre y por la necesidad misma que ellos tienen”, dice Mary Cabrera Prado. Ella, trabaja de forma voluntaria hace 12 años en el comedor y a la fecha está a cargo del grupo de cocina. Sus tareas empiezan el sábado a las 8:00 y terminan a las 12:30, cuando otro grupo de personas comprometidas, perteneciente a la Legión de María, se hace cargo de servir los alimentos.

“Se les da una sopa bastante consistente con su refresco y su pan. En algunas ocasiones cuando son fiestas -Día de la Madre, San Antonio-, se les hace una comida muy especial con pollo, arroz graneado”, explica doña Mary.

El Provincial y las hermanas clarisas inauguran el nuevo centro.
A este grupo de alrededor de 20 personas que trabaja en lo material, se le suma el que se hace cargo de la formación humana.

“Con mucha satisfacción he logrado ver cambios. Muchas de las mujeres que vienen se sienten más orientadas, más amadas, tienen más autoestima. Se desenvuelven mucho mejor”, dice Estela Jaldín que se encarga de orientar a los adultos y, en especial, a las madres.

Ella relata que cuando empezó con este trabajo, hace alrededor de un año, las mujeres que participaban eran muy introvertidas y sufridas. “Ahora conocen que tienen un Padre que las ama, el hijo Dios redentor y el espíritu santo que santifica y que no están solas nunca. Con la fe y el amor a Dios y al prójimo, ellas pueden sobrellevar su situación”, agrega doña Estela.

Carla Achá, con sus cortos 20 años, es una de los alrededor de siete voluntarios de la Juventud Franciscana que trabajan con los niños del Centro Social Santa Clara. “A los mayorcitos, se les da catequesis y a los más chiquititos se los hace jugar”, explica.

Los jóvenes voluntarios explican que el afecto es uno de los aspectos más importantes en su trabajo, sobretodo con los más pequeños
Algunos clientes del comedor en la inauguración.
porque, a veces, tienen falta de cariño, debido a que sus padres están casi todo el día trabajando fuera o muy ocupados. “Cuando vienen aquí, se sienten queridos, les gusta que los abracen, les den besitos”, dice Carla.

Para estos jóvenes, el sueño es lograr también una mejora de la vida de los niños.

“Creo que la mayoría de los jóvenes si ven gente pobre sólo dicen pobrecito o le dan una moneda, pero hay que estar constantes”, agrega Carla.

Constantes quieren ser los hermanos franciscanos y para ello se están planteando varios proyectos que esperan ejecutar, en la medida que logren conseguir los fondos necesarios.

Poco a poco, se va implementando la atención médica y odontológica y entre las cosas que se planifican figura un alojamiento para los varones que duermen en la calle y también brindar apoyo escolar. “Nuestra preocupación es hacer algo que responda a las necesidades de las personas, no algo que brote de nuestra mente”, explica el hermano Walter.

“Pienso que a todas las personas que estamos aquí lo que nos motiva es el amor de Dios que se manifiesta en el servicio al prójimo”, asegura Estela Jaldín.

El objetivo, es poder seguir ampliando ésta que es considerada como una “gracia del Señor” por la comunidad franciscana. “Es algo que va enriqueciendo, que estimula a vivir con mayor autenticidad la vocación franciscana. Estoy convencido de que los o pobres nos evangelizan”, asegura el hermano Walter.

Modificado el ( martes, 03 de julio de 2007 )